Cuando decidimos seguir a Cristo y aceptarlo en nuestro
corazón como el salvador, como el Dios de la Vida, como el Padre que me ama aun
cuando me sienta el ser más miserable de los seres humanos, entendemos que la
felicidad no está en cosas materiales, que lo material solo es un medio para
vivir de una determinada manera, mas no es el fin último de nuestra vida. Es
porque estamos madurando en la fe, fortaleciendo nuestro espíritu y liberando
nuestra alma de sentimientos negativos, romper cadenas que nos impiden avanzar
y crecer. No necesitamos ser doctores o especialistas en teología, habernos
leído la Biblia desde el inicio hasta el final para hablar de Dios, para decirle
al mundo cuán grande es su amor. Para
anunciar la buena noticia que encierra el evangelio, solo necesitamos abrir
nuestro corazón a la luz, a la verdad. Beber de esa agua viva que calma la sed
de aquel que está sediento y siente hambre de su palabra, de su presencia, de
su amor.
Debemos ser temerosos de perder a Dios, no porque sea un
Dios torturador, vengativo o cruel, sino por el contrario, por ser el padre más
bueno, noble y cariñoso que podemos tener y que podríamos herir con facilidad
si no lo sabemos reconocer en nuestra vida, sentir en nuestro caminar.
Estoy convencida que solo el que conoce a Dios y a su hijo
Jesús, puede llegar a ser feliz en esta vida, con esa alegría plena en el
corazón, que no se apaga aunque las
cosas no sean como yo espero, ese gozo espiritual ante su presencia, sentir que
libera nuestras cargas ya que no estamos solos y guía nuestros pasos hacia el
logro de sus proyectos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario