Pues tanto amó Dios al mundo que
le entregó a su único hijo para que al morir nos diera vida eterna. Con estas
palabras quiero iniciar esta reflexión, para la vida. Vinimos a este mundo por
la voluntad del Padre que nos creó, que
nos dio su espíritu a través del espíritu santo que vive en nosotros. Pues
bien, tenemos que estar conscientes de que Dios habita en nosotros, que cada
momento nos habla, pero tenemos que saber escuchar, oír sus consejos. Pienso que todos los seres humanos vinimos a
este mundo a cumplir una misión para la gloria de Dios, que los conocimientos,
destrezas, habilidades o simplemente aquello que mejor podemos hacer, es un
don, un don de Dios para cumplir en este mundo acciones en su nombre, aunque no
demos cuenta, a lo largo de nuestras
vidas trabajamos para él, al atender a un hermano en su necesidad, al cuidar
de nuestra familia, al cumplir con nuestro trabajo, estamos cumpliendo con la
voluntad de Dios y haciendo honor a su nombre, pero de una manera inconsciente.
El cristiano debe hacerse más
consciente de su fe, de su responsabilidad ante la vida y de lo importantes que
somos para Dios. Todos somos llamados a cumplir con nuestra misión, de una
manera sencilla, de una manera discreta. Dios no nos pide que hagamos
maravillas, solo nos pide compromisos en al fe. El
predicar su palabra, en todo momento y en cualquier lugar, siendo ejemplo para
otros con nuestro actuar, que todo aquel que nos mire vea en nosotros el
rostro, la mirada y la sonrisa de Jesús, su bondad, amor y caridad. Que
nuestras acciones hablen más que mil palabras, que nuestra vida sea el reflejo
de Dios.
El amor de Dios es tan grande y
maravilloso, que aunque nuestra condición humana nos deja entender y ver muchas
cosas, o que al vernos al espejo nos digamos
a nosotros mismos que no valemos nada, para Dios somos una piezas
valiosas, somos esa arcilla que él quiere moldear según su voluntad, lo único
es que en el caminar de nuestra vida tenemos dos opciones, caminar de la mano
de Dios o solos apartados de él. Es aquí la gran diferencia, el que decide
caminar por la vida de la mano de Dios, siempre encontrará su apoyo,
orientación y direccionamiento para organizar y activar su vida. El que decide
alejarse de Dios, caminará por caminos oscuros, llenos de amarguras, tristezas,
dolor, sacrificio, en fin tendrá una vida vacía, una vida gris. Aunque tenga
riquezas, sabiduría, inteligencia siempre sentirá que le falta algo, le falta lo principal, el centro de su vida, que es
Dios.
Dios nos guía y protege por cada
camino que andamos, su presencia es divina, es sutil, es como una manta suave
que nos cobija, una brisa fresca que nos refresca, es el agua viva que calma la
sed. Él está allí esperando por nosotros, por nuestro amor, por nuestro
compromiso de cambiar, de hacer las cosas que tenemos que hacer, pero hacerlas
bien.
La presencia de su hijo Jesús, es
fundamental en nuestras vidas, ya que él nos lleva a Dios con sus palabras, con
su ejemplo, con ese amor tan grande que demostró en la cruz entregando su vida
por la salvación de la humanidad. Mejor ejemplo de amor y sacrificio no
encontraremos jamás. Jesús en su palabra solo nos resalta la grandeza del amor,
del amor de Dios por nosotros. Nos indica el camino a seguir, en donde el
centro de nuestra vida es el Padre.
La Biblia es como un manual de
vida, en ella encontramos la mejor orientación para guiar nuestra vida al
camino de la salvación. No despreciemos pues el gran legado que Dios nos ha
dado, enseñándonos el camino a seguir, la actitud de vida que el espera de
nosotros, basada en el amor, la caridad, la comprensión hacia nuestros
semejantes. Para amar a Dios, tenemos primero que amarnos a nosotros mismos,
amar a nuestros hermanos sin distinción de clase, color, raza o religión. Todos
somos hermanos y como tal debemos ayudarnos, amarnos y aceptarnos.
Recordemos siempre que Dios es un
Dios vivo, que está entre nosotros y con nosotros, como Jesús nos lo prometió
que estaría entre nosotros hasta el fin de los tiempos. Repitamos siempre en nuestro interior Dios en
ti confío, Dios tu eres mi salvación y de esa forma repitiendo y repitiendo una
y otra vez, caeremos ante la presencia de nuestro Señor y allí en ese momento
podremos conversar con él y podremos conocerle, amarle tanto como él nos ama a nosotros. Dios
en ti confío y espero tu auxilio, te necesito Señor, sin ti yo soy nada.
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